La peste
Historia segunda
El viejo marino vasco caminaba, describiendo eses en preciosa y metódica sucesión, de precisión geométrica. Su mente estaba tratando de bucear en la hondura filosófica de Arthur Schopenhauer. Así, de pronto, se encontró con la puerta de la taberna mas concurrida del pueblo. Efectuando un perfecto giro de 360 º empujo el postigo. Una entrada triunfal. El ambiente era colorista y amable. Con una intensidad de decibelios, que hubiera hecho palidecer de envidia al Bing Ben de Londres. Muy apacible. Con ondulante estilo, se desplazó hasta el mostrador. Su mirada escrutó de arriba abajo al mesonero que esperaba su demanda.
- Dame una jarra de Licor 43. -Ese, todavía no se ha inventado, – Respondió, contrito, el mesonero - pero tengo un ron de Albacete, que es terciopelo para el paladar.
- Sea. – Concedió el viejo marino vasco.Su mirada, de duplicada percepción, contó 82 parroquianos, por lo que su hábil mente matemática, dedujo que el numero era de 41.
Allí, en el centro del antro, en una mesa, se encontraba su amigo del alma, el viejo marino gallego, al que detestaba con locura, con 16 contertulios. Bueno, 8 en realidad. Se acercó portando su jarra de ron de Albacete y saludó cortésmente.
- Hola, ratas piojosas. ¿Aún no os habéis muerto?
- Hola, cloaca andante. -Le contestaron a coro, con regocijo por el encuentro. El viejo marino vasco se sentó entre los integrantes del grupo, frente al viejo marino gallego. El viejo marino vasco alzó la voz con firme determinación.
- Hola, cloaca andante. -Le contestaron a coro, con regocijo por el encuentro. El viejo marino vasco se sentó entre los integrantes del grupo, frente al viejo marino gallego. El viejo marino vasco alzó la voz con firme determinación.
- Para mostraros mi satisfacción, aunque estéis vivos, voy a contaros una historia verdadera y que me ha sucedido a mí.


Todos los presentes palidecieron, algunos se tiraron al suelo, debajo de la mesa. El viejo marino gallego, imperceptiblemente, dirigió su mano a su pistola de avancarga, acariciándola suavemente. El viejo marino vasco, impertérrito, prosiguió.
- Navegábamos con un cargamento de víveres. Resulta, que en una localidad llamada Bilbao, se había celebrado una boda con 110 comensales. Terminado el banquete correspondiente al evento, alguien se puso en contacto conmigo, para retirar las sobras. Nos pagaban una buena cantidad de doblones por deshacernos, de lo que ellos, determinaron como basura. Nos entregaron 2200 kilos de solomillos y chuletones y 4200 kilos de chipirones en su tinta. Ya se sabe que los bilbaínos son algo exagerados. Nos dimos cuenta, que lejos de lanzar la pitanza al mar, la podíamos vender en diferentes puertos y ganarnos, por una vez honradamente, sin que sirviera de precedente, una suma importante de bendito dinero. Decidí navegar hacia Galicia, que tengo entendido, os consta que soy un pirata ilustrado, que en esas regiones no conocen estos productos. En esas estábamos, cuando divisamos a unos 50 metros un barco pirata inglés. Nuestro vigía tenía cataratas tipo Niágara y por compañerismo y sobre todo por culpa del sindicato, se le mantenía en su puesto.
Así qué, casi sin enterarnos, nos atizaron un terrible cañonazo sobre la línea de flotación de nuestro navío. Justo en la bodega. Casi la mitad de la carga se precipitó al mar inmediatamente.
El confirmado enemigo, se dispuso al abordaje. La cosa se ponía muy mal. Teníamos que defendernos a espadazos y arcabuzazos, pero andábamos escasos de munición, ya que había subido tremendamente el precio del plomo y acero. Sin contar la inflación subyacente. Además, más de la mitad de la tripulación, estaba profundamente dormida, debido a los beneficiosos efectos del ron de Valdepeñas. Y ahí, es donde se produjo el milagro. La tinta de los chipirones había teñido las aguas de negro y cuando nuestros enemigos lo vieron, pensaron. Los ingleses son muy deductivos y sagaces. Lo demuestra un tal Sherlock Holmes, qué, aunque todavía no había nacido, nos habían llegado rumores. Sabido es que 2 y 2 son 5. Barco español y aguas negras… ¡La peste negra española!
El miedo emponzoñado, que es el peor, hizo carne en la marinería inglesa y no vieron mas solución que la despavorida huida. Giraron 180º y a toda vela, se perdieron en el horizonte.
Así qué, casi sin enterarnos, nos atizaron un terrible cañonazo sobre la línea de flotación de nuestro navío. Justo en la bodega. Casi la mitad de la carga se precipitó al mar inmediatamente.
El confirmado enemigo, se dispuso al abordaje. La cosa se ponía muy mal. Teníamos que defendernos a espadazos y arcabuzazos, pero andábamos escasos de munición, ya que había subido tremendamente el precio del plomo y acero. Sin contar la inflación subyacente. Además, más de la mitad de la tripulación, estaba profundamente dormida, debido a los beneficiosos efectos del ron de Valdepeñas. Y ahí, es donde se produjo el milagro. La tinta de los chipirones había teñido las aguas de negro y cuando nuestros enemigos lo vieron, pensaron. Los ingleses son muy deductivos y sagaces. Lo demuestra un tal Sherlock Holmes, qué, aunque todavía no había nacido, nos habían llegado rumores. Sabido es que 2 y 2 son 5. Barco español y aguas negras… ¡La peste negra española!
El miedo emponzoñado, que es el peor, hizo carne en la marinería inglesa y no vieron mas solución que la despavorida huida. Giraron 180º y a toda vela, se perdieron en el horizonte.
A pesar de este acontecimiento, pudimos recaudar buenos doblones por la venta, ya un poco secos, de los solomillos, a un zapatero remendón de Asturias, que aseguró con entusiasmo, que era un material muy bueno para reponer suelas nuevas a los zapatos. Y aquí termina esta historia verdadera y que me ha sucedido a mí.
Los escuchantes se retorcían en el suelo presas de una súbita epilepsia y el viejo marino gallego, queriendo sacar su pistola de avancarga, no podía, estaba catatónico reincidente.El viejo marino vasco se levantó de la mesa, escupió con elegancia y apurando su jarra de ron de Albacete, salió del tugurio realizando delicados contornos geométricos. Se perdió en la noche, que curiosamente, no amenazaba con furiosa tempestad.