La heroica medalla

Historias del viejo piloto de combate nacional

Historia primera

Era el viejo piloto de combate don Franco De la Cruz, cojo por parte de madre y retirado, porque no estaba para esos trotes y también por el detalle sutil, de que la guerra había terminado hacía 40 años. No había nada que derribar, ni ametrallar con delicadeza. Una gaita.
Estaba en la taberna de Juan, en la que todo el mundo bebía 10 copas de más. Sin música, seamos serios.

La puerta de la taberna se abrió y apareció la figura del viejo piloto de combate, don Rogelio Rojo, en silla de ruedas, por parte de un caza nacional con muy mala uva. También retirado, un poco por su casi imperceptible minusvalía, como por los mismos motivos que don Franco.
-Muy buenos días, don Rogelio, -saludo don Franco - levantando su brazo con la mano abierta extendida.
-Buenos días don Franco, - correspondió don Rogelio – Alzando sobre su cabeza el puño cerrado.
Don Franco, haciéndose el distraído y dirigiéndose al personal que se encontraba en la tasca, dijo con voz alegre y cantarina.

- Voy a contaros una historia de la guerra, verdadera, que me sucedió a mí.

Algunos parroquianos recordaron que tenían que cambiar la trócola de admisión del arado y salieron corriendo como alma a la que persigue un acreedor. El viejo piloto de combate don Franco, empezó su relato.

-Volaba en mi caza alemán Messerschmitt 109C, en lo que era mi primera escaramuza en solitario. Así que, antes de arrasar algo, decidí celebrarlo con una botella de sidra El Gaitero. Encontrándome en esta faena, no me percaté que desde las alturas un caza Polikarpov I 16, más conocido por el sobrenombre de “Rata”, se precipitaba sobre mí, con la segura idea de convertirme en colador.

Andaba un servidor, en singular combate con el corcho que se aferraba a la botella con una terquedad notable. Pero por fin, mi dedo gordo triunfó y el corcho salió disparado por encima de la carlinga, previamente abierta. El corcho fue atropellado violentamente por el Rata. El impacto lo percibió el piloto claramente, seguramente en el fuselaje. Pensó que tendría algún aparato enemigo en la cola y que yo, no era más que un cebo. Concluyó rápidamente que Ratas había muchos, pero él solo tenía una vida. Se encomendó a Lenin y se lanzó en su paracaídas de tecnología punta y que estaban confeccionados por una fábrica de calzoncillos de Melilla. Se abrió correctamente, todo el mundo sabía que Lenin era muy milagrero. Descendió con bien. Después me enteré que el Rata en cuestión, siguió volando con tranquilidad hasta que se acabó la gasolina. La máquina decidió que era hora de tomar tierra. La tomó, vaya que la tomó, toneladas de tierra acogieron su llegada en Riocavado de la Sierra, provincia de Burgos. Los lugareños espantados, pensaron que se trataba de un misil balístico soviético, pero el alcalde, hombre culto porque era rojo, aseguró que no, que todavía no se habían inventado los dichosos misiles y que además si alguno había, se guardaban para la guerra de Ucrania. El viejo piloto de combate, don Franco, esbozó una sonrisa evocadora, nostálgica…

- Fue mi primera victoria aérea. -continuó - Todos en la base, admiraron mi valor y temeraria habilidad. Me condecoraron en multitudinaria reunión. Como no tenían medallas oficiales en la Compañía por aquellos días, colgaron sobre mi pecho lo que tenían, con un dorado perfecto. Siempre lo recordaré, de hecho, siempre la porto. Con fiereza se desabrocho la camisa y sobre su torso, cubierto de blanco pelo, relucía la medalla. En su centro una inscripción: “Cantimpalos”.

El viejo piloto de combate don Franco enjugó una furtiva lágrima de unos dos litros y miró con emoción a la parroquia. Los que no habían ido a reparar la trócola de admisión de su arado, se encontraban convulsionado con admiración no controlada y el viejo piloto de combate don Rogelio, contra su costumbre, arrodillado, rogaba a Dios, que se lo llevara.