El pulpo del bigote carmesí
Historia primera
En la isla Tortuga convivían en armonía la elitista comunidad de piratas y filibusteros, sin derecho a la seguridad social, pero sí, con vacaciones no remuneradas. Un paraíso. En las tabernas se podía, además de beber, comedidamente, eso sí, no más de 30 jarras de litro por día. De cualquier bebida. El ron era la consumición preferida. También se podía comer en largas mesas comunitarias, donde se conversaba a grandes gritos, se reía y se emitían, también, enormes ruidos corporales. Un ambiente íntimo y acogedor.
Aquella mañana, muy soleada por cierto, el viejo marino gallego, dando una educada patada en la puerta, hizo su entrada en la taberna. Notó un olor, no habitual, aunque no desagradable. Alguien le apuntó a un emperifollado sujeto, con pinta afeminada y que según su informante era un franchute que se llamaba François Coty. El viejo marino gallego, mientras caminaba oscilante hacia el mostrador, se dijo que no le daría la espalda. Nunca se sabe.
-Dame una jarra de Anís del Mono – espetó al tabernero.
-No tengo, aún no se ha inventado.
El viejo marino gallego blasfemó con delicadeza y sentenció seguramente con acierto. - La culpa es del gobierno.
-Eso creo yo. - respondió el tabernero.
-Bueno, pues dame una jarra de ron y una pata de vaca bien asada, que quiero desayunar.
Una vez hubo consumido lo que él consideraba un desayuno frugal, el viejo marino gallego lanzó un gran eructo que se estrelló con demoledora consecuencia contra un tiesto, cuya flora había desaparecido hacía años, debido una sequía de olvido pertinaz. Se levantó, con la rapidez de un oso perezoso con artritis y tronó con su voz grave y afable.
- ¡Escuchadme bazofia humana!, - sonreía angelicalmente- hoy hace un día soleado, así que, para celebrarlo con vosotros, voy a contaros una historia verdadera y que me ha sucedido a mí.


El entusiasmo fue general y algunos optaron por lanzarse por las ventanas, pero como tenían reja, los resultados son imaginables. Alguna fractura craneal sin importancia y otras lesiones aún más leves. Otros, sacaron sus armas y esperaron gratamente espantados detrás de las mesas previamente volcadas.
La chusma allí congregada, dirigió cálidos recuerdos a la virtud de la señora madre del viejo marino gallego, que éste pareció no escuchar, dado que estaba embelesado con su tierno relato.
- Dejando atrás anécdotas, - prosiguió – seguimos navegando con normalidad. Era un martes y curiosamente llovía. Me sorprendió la coincidencia. De pronto apareció tras un gran remolino, un pulpo monstruoso de treinta y dos tentáculos y sesenta y cuatro manos. – miro con entrañable desprecio a los presentes – Para que lo entendáis los más bestias, dos manos por tentáculo y un poblado bigote carmesí. Era calvo. La tripulación, dando grandes alaridos de terror, escaló por el velamen y se refugió en la cesta del vigía. El gigantesco pulpo se alzó sobre las aguas y enfrentó su enorme cara frente a la mía. Lo entendí como una provocación y le grité con voz de barítono tuberculoso. - ¿Qué haces aquí, pulpo de averno, con ese ridículo bigote carmesí?
El monstruo se puso totalmente colorado, se llevó las sesenta y cuatro manos al bigote y se hundió, avergonzado, en los abismos del mar. Después del incidente, proseguimos la navegación de la que no hay más que referir. Ya os digo, una historia verdadera y que me ha sucedido a mí.
Dicho lo dicho, el viejo marino gallego, testa alta y paso firme, con gran dignidad, enfiló hacia la puerta que arrancó de sus goznes, por la onda expansiva de una gran ventosidad y se perdió por las calles de Tortuga.