Guerra y morcillas.
Historia primera
El día era magnífico y el sol brillaba como si lo habrían frotado con Centella. Que como todo el mundo sabe, aporta brillo y esplendor. Por si el lector menos avisado, no entiende la poética metáfora.
El viejo piloto de combate republicano, don Rogelio Rojo, en su silla de ruedas motorizada, con motor BMW de 180 Cv., cruzó decidido la puerta de la muy conocida y apreciada taberna. Entre otras virtudes, porque era la única del pueblo. Sin pararse en barras, ya que no había, se acercó al mostrador. Sin pensarlo dos veces, arrojado como era, pidió un cafetito con porras. Con colesterol alto y lascivia baja, tenía que cuidar la alimentación. En éstas estaba, cuando se percató que el viejo piloto nacional don Franco, se encontraba en el local, en una mesa, zampándose unos huevos fritos con chistorra, el muy fascista. Decidió con saña homicida, su afrenta al viejo piloto don Franco de la Cruz.
- Amigos y contertulios, he decidido contaros una historia de la guerra, verdadera, que me ha sucedido a mí. -espetó con firmeza inquebrantable. Los escasos 250 trabajadores por cuenta ajena, que se solazaban con sus respectivos refrigerios, tuvieron un súbito estremecimiento. Abandonaron 215 con extraordinaria rapidez el local, afirmando que volvían a sus hogares para acompañar la agonía de sus respectivas madres.


- Había despegado muy de mañana, para disponer de ventaja ante el enemigo, pues disponía de gafas de sol. -La mirada de don Rogelio se dirigió a la concurrencia que quedaba, que a su vez le miraban a él, con admiración por su astucia. Fue su conclusión, con sabia certeza.
- Pilotaba un Polikarpov I-16, al que los fascistas apodaban Rata, porque podía volar tan bajo, que decían, salía de las alcantarillas. Tenía la misión de patrullar la zona que me asignaron y derribar todo lo que volara y no llevara el distintivo de la República. Así que, ojo avizor, equipado con mis gafas de sol, me esforzaba por descubrir posibles enemigos. Durante el vuelo, localicé cuatro patos sin distintivo, pero me alejé con rapidez, pues era evidente que tenían superioridad aérea.
- La misión proseguía y mi aguda mirada escrutaba el horizonte. De pronto, a mi espalda, percibí un ruido propio de motores. Giré la cabeza con la rapidez que exigía mi condición de piloto de combate republicano. Crujieron las cervicales, pero con un juramento de advertencia, se callaron. Efectivamente, a mi espalda volaban dos aparatos enemigos con la perversa idea de derribarme. Sin ninguna consideración al hecho de que yo, también tenía madre y una compañera de catre. La cosa no pintaba bien. Me acordé de la técnica del Barón Rojo, que consistía en ascender a toda mecha y efectuar un giro de 360 º para aparecer tras la cola de los adversarios y derribarlos con elegancia. Lo que se llamaba la maniobra del barril. Tiré de la palanca con todas mis fuerzas y el Rata, para mi sorpresa, picó con dirección al suelo y ejecuté el barril al revés. Pasé rozando una cabra, que pensó que era un milano con esteroides. Siendo una maniobra muy extraña, sorprendí a los cazas enemigos y, efectivamente, me coloqué en la cola de ambos. Era un momento glorioso. El de la ejecución. Apreté el botón de disparo y…. el silencio mas absoluto. Las ametralladoras totalmente mudas. Sin munición. Acordándome de la virtud de las señoras madres de los encargados de mantenimiento, puse alas en polvorosa. Los pilotos nacionalistas pensaron que les había perdonado la vida, por lo que se empeñaron, en conversación por radio, en regalarme unas morcillas de Burgos que estaban riquísimas, según aseguraron. Se colocaron a mi lado y colgaron dos mochilas, con las morcillas de Burgos, en el alerón de cola. Así que volví a mi escuadrón sano y salvo y con un montón de morcillas. Comuniqué el extraño comportamiento de mi Rata, a mis superiores y estos me dieron la correspondiente explicación. Resultó que el avión Polikarpov I 16, el Rata, era de fabricación rusa. En busca de que resultara mas barato, se había acordado que se fabricara en Alicante. Sabido es, que los ingenieros de allí, fabricaban unos embalajes preciosos para los turrones duros y blandos, que comercializaban. Estaban preparados. Pero resultó, según me explicaron, que todavía no se había inventado Barrio Sésamo y como es natural, no tenían muy claro el concepto de arriba y abajo. Imponderables.-Entonces, - pregunte al coronel de la base - ¿Como he podido despegar y aterrizar con normalidad?
El coronel me miró y sentenció con indignación y contundencia.
- No tengo ni idea. ¿Crees que soy Dios?. ¡Vete a hacer puñetas!.
- Y esta es la historia, verdadera y que me ha sucedido a mí.- Concluyó don Rogelio.El viejo piloto de combate don Rogelio con altiva mirada a la concurrencia, se comió la última porra, apuró su cafetito y en su silla BMW de 180 Cv., perdiendo rueda, salió de la taberna. Atrás quedaron los lastimeros quejidos, los intentos de suicidio mediante la ingestión de vasos de leche con bicarbonato y la petrificada figura, del viejo piloto de combate, don Franco.